Amante

Revista Literaria Galeradas. Pareja

Revista Literaria Galeradas. Pareja

Por Albert Merino

Llevan una hora y media esperando. Él está tumbado en la cama, vestido con esa ridícula bata de hospital abierta por detrás que según dice le “hace perder toda la dignidad”. Ella sentada en la incómoda butaca azul que hay a su lado. Hace más de media hora que no hablan. Andrés lleva todo ese tiempo desbloqueando el móvil, mirando la pantalla unos instantes y volviendo a bloquearlo, de manera maquinal, como si no pensara lo que está haciendo. Lola, en cambio, está inmóvil, con las manos sobre las rodillas, como si estuviera en catequesis, aunque a cada poco mira el reloj de pulsera dorado que le regaló Andrés cuando cumplió los cincuenta.

—Quiero que te vayas, Lola. Y que no vuelvas a pisar el hospital —la voz de Andrés suena firme.

—Pero ¿qué estás diciendo, cariño? ¿Cómo te voy a dejar solo ahora? —la cara de su esposa es de sorpresa absoluta.

—Tengo una amante, Lola. No quiero que vuelvas al hospital.

El tono neutro de Andrés deja a Lola boquiabierta. Sus ojos empiezan a enrojecer y pestañea visiblemente. Agarra los reposabrazos de la butaca como para evitar perder el equilibrio:

—¿Una amante? ¿Tú estás loco? ¿De dónde has sacado esa idea?

—De ningún sitio. Tengo una amante y no quiero que seas tú quien esté conmigo durante el tratamiento —Andrés sigue sin perder la calma.

—Pero ¿por qué me haces esto ahora? ¿Cómo no voy a estar contigo en este momento?

—Pues por la sencilla razón de que te he traicionado y no lo merezco. Tengo una amante a la que he dedicado lo mejor de mí últimamente. Y lo que le he dado a ella te lo he negado a ti. Así que no quiero que me acompañes ahora, no es justo. Quiero que te vayas.

Lola empieza a hipar y por sus mejillas ruedan unas lágrimas gruesas. Mira fijamente a Andrés, que no rehúye su mirada.

—¿Y quién es esa mujer a la que tanto amas? ¿Desde cuándo me engañas? ¿Cómo os conocisteis?

—Hace cosa de un año que estamos juntos. Pero ni te importa quién es, ni cómo la conocí. Te basta con saber que es ella a la que quiero, y no a ti.

—No es verdad, lo dices para aliviarme el trance —dice, limpiándose con la manga de la blusa negra—. Me estás mintiendo, Andrés. No tienes a otra. Pero no quieres que sufras. No te preocupes, yo quiero estar a tu lado. Como siempre.

—A ver, Lola —la cara de Andrés denota fastidio—, no te enseño su foto porque me parece morboso. Y a estas alturas, además, da igual. Estoy con otra, he estado follando y escapándome con ella todo lo que he podido sin que te dieras cuenta. No quiero que te quedes conmigo durante el tratamiento. Y créeme: no lo hago por ti, lo hago por mí.

Lola se levanta y empieza a moverse nerviosa por la pequeña habitación del hospital, intentando no chocar con la cama ni con el escaso mobiliario que hay allí:

—¿Me lo estás diciendo en serio? ¿De verdad? ¿Es verdad que tienes una amante? ¿Y cómo no me he dado cuenta en todo ese tiempo?

—A ver, cariño, ¿tú te crees que estoy yo ahora para mentiras? ¿Te crees que no tengo bastante con lo mío? Pues claro que tengo una amante —señala la butaca que hay al lado de la cama, incitando a Lola a sentarse—, por eso quiero que te vayas. Y si no te has enterado pues mejor, así no has tenido que sufrirlo. He procurado ser discreto, pero ahora ya no tiene sentido ocultarlo.

—Pero Andrés, dime por favor quién es, ¡necesito saberlo! —parece por momentos que a Lola le falte el aire, y se deja caer, como un fardo, sobre la butaca—. ¿Qué he hecho mal, Andrés? ¿No te he cuidado lo suficiente? ¿La otra folla mejor que yo?

A pesar del dedo tembloroso que señala a Andrés, éste no parece perder la calma. Después de señalarlo, Lola se levanta de nuevo y vuelve a moverse nerviosa por la habitación.

—A ver, Lola, de verdad, ¿qué ganas sabiéndolo? Podría ser cualquier mujer a la que no conozcas, o cualquiera de las que conoces. ¿Qué más da eso? No se trata de hacer bien o mal. Eso no importa, Lola —Andrés vuelve a mirar la pantalla de su móvil, como esperando una noticia.

—A mí me importa, Andrés. Si me vas a dar la patada, lo menos que merezco es que me digas quién es. Explícamelo todo y me iré. Pero no antes.

—Sinceramente, Lola, parece que tengas ganas de sufrir —parece que Andrés ha decidido ceder, aunque sigue contrariado—. Está bien. Se llama Raquel y es compañera de la oficina. Creo que coincidimos una vez, en el centro comercial aquél…

Lola hace un gesto a su marido como para indicarle que se calle, y se queda unos segundos pensativa; da la sensación de que rebusca en sus recuerdos.

—¡Ya me acuerdo de ella! ¿Aquella morena, tan alta y tan delgada? ¿Es aquella? ¡Pero si parece una acelga hervida! ¿Qué tiene ella que no tenga yo?

—¿Entiendes ahora por qué no quería explicarte quién era? No es una competición, Lola, me he enamorado de ella y punto. Me da igual si es mejor o peor que tú. No va de eso. No me he dedicado a sumar vuestros méritos.

—Pero ¿por qué, Andrés? —Vuelve a tener los ojos anegados de lágrimas—. ¿Qué te ha faltado conmigo?

—Nada, Lola, de verdad. No es culpa tuya. Ha sucedido. Ni lo he buscado yo ni lo ha buscado ella. Ha surgido sin que nos diéramos cuenta.

Andrés sigue removiéndose, aparentemente incómodo, en la camilla. Se le está subiendo por la espalda la absurda camisola que ha tenido que ponerse. Agarra el móvil con tanta fuerza que le suda la mano derecha; vuelve a mirar la pantalla y justo después lo bloquea de nuevo.

—Pero ¿cómo va a ser culpa mía? ¡Eres un cabrón, Andrés! Ya me lo decían mis amigas… ¡Estos tíos con pinta de buenazo son los peores! ¡Eres un cabrón desalmado!

—Alguna de tus amigas lo que quería era darme un repaso, Lola. Que parece que acabes de caerte de un árbol. Mariví la primera…

—¡Encima tienes los huevos de malmeter contra mis amigas! Es que me parece increíble…

Andrés suspira de manera muy sonora mientras Lola parece que va pasando del llanto a la ira.

—Mira, Lola, yo no quería esta conversación. Te has empeñado tú. Vamos a terminar esto rápido para no acabar a tortazos. ¿Te importaría callarte cinco minutos y te explico la historia?

—Está bien. Me callo. Pero luego hablaré.

—Vamos a ver. A Raquel la conocí cuando empecé a trabajar aquí, así que hace unos cuatro años. Nos hemos llevado siempre bien, de compañeros. Ella es la responsable de otra área.

Lola asiente.

—Pues hace cosa de dos años nos tocó un proyecto juntos, el de la constructora de almazaras, ¿recuerdas? Pues bien, estuvimos casi un año trabajando un montón de horas diarias juntos, y la camaradería fue aumentando. Te juro que en todo ese tiempo no pensé en nada con ella. Siempre la he encontrado atractiva —levanta la mano ante el intento de Lola de protestar—, pero jamás pensé que pasaría nada. Está casada, y no parecía que buscara nada con nadie. Y yo tampoco buscaba nada.

—¿Y?

—Pues en la comida de celebración del fin del proyecto bebimos más de la cuenta y nos dimos un beso inocente, un beso en los labios. Nada más, te juro que nada más. Pero a partir de ahí fui dándome cuenta de todo lo que significaba ella en mi vida, la cantidad de horas que pasaba con ella y lo que compartíamos.

—¿Y pretendes que me crea que…?

Andrés vuelve a levantar la mano, serio. Lola calla.

—No pretendo que te creas nada. Te explico lo que hay, y haces con ello lo que quieras. Si te lo crees bien, y si no también. ¿Lo entiendes? Hago esto porque me lo has pedido, pero yo lo tengo todo muy claro y no necesito explicártelo. Así que déjame acabar, por Dios.

—Está bien.

—Al día siguiente lo negamos todo. Nos distanciamos. El proyecto había terminado, así que no teníamos por qué vernos mucho. Pero me empecé a poner triste, de mal humor, y me di cuenta de que la echaba de menos. Y empezamos a escribirnos mensajes. Al principio eran aún bastante inocentes, pero hemos acabado enamorándonos. Y hasta aquí la historia.

—¿Y cuánto tiempo llevas engañándome con ella?

—Pues apenas hace un año desde que acabó aquel proyecto, desde la comida que te explicaba. Así que menos de un año desde que empezó a haber algo entre nosotros.

—¿Y pretendes que una mujer a la que apenas conoces se haga cargo de ti ahora, tal y como estás?

—No es que lo pretenda. Es lo que me ha pedido ella, estar conmigo hasta el último día. Por eso quiero que te vayas y que no vuelvas. Porque quiero estar con ella.

—¿Eso te ha pedido?

—Sí, Lola, quiere compartir conmigo mi final. Y yo con ella. Pero no te preocupes por nada, tú y yo seguiremos casados, los niños y tú lo heredaréis todo y nadie tiene por qué saber nada de Raquel. Y si tienes interés en saber cómo me va, te iré enviando mensajes cada semana, a medida que avance el tratamiento. Mientras pueda, claro.

Los ojos de Lola vuelven a dejar caer lagrimones en silencio.

—¿Es tu última palabra?

—Sí, Lola, es la última. Sólo quiero darte las gracias por todos estos años. Eres una gran mujer.

—¡Una gran cornuda es lo que soy! ¡Y tú un cabrón!

Lola sale dando un portazo que resuena en toda la planta del hospital. Al cabo de unos segundos entra una enfermera:

—Señor Cárceles, íbamos a iniciar el tratamiento ahora, pero se acaba de ir su esposa. ¿Quiere que esperemos un rato a que vuelva?

—No hace falta, señorita. No puede estar esta tarde. Deme un par de minutos y vamos para allá.

—De acuerdo, pues llamo al camillero y en seguida estamos aquí.

Cuando la enfermera deja de nuevo a solas a Andrés, coge el móvil y mira de nuevo el último mensaje que recibió, por la mañana. Es de Raquel:

«No podría soportarlo. Lo siento. Mucha suerte!».

Vuelve a asomar la cabeza de la enfermera:

—Señor Cárceles, ¿está listo? Ya está aquí mi compañero.

—Sí, vamos. Estoy preparado.

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