Aliadas

Por Alberto Martín-Aragón

El director de un periódico tan importante como prescindible dice que la inteligencia artificial es una aliada necesaria. No me sorprende esa declaración de un hombre que ha venido al mundo a propagar bobadas. Mi aliada necesaria es la posibilidad de ventosear cuando lo necesito. Y a veces necesito hacerlo delante de personas que siempre quieren parecer inteligentes y profesionales. Escucho la Sinfonía No. 1 de Rachmaninov para atenuar los efectos de la resaca. Una vez me planteé la posibilidad de escribir una historia de resacosos célebres. Un pintoresco proyecto del que desistí cuando tomé conciencia de que ya tenía bastante con sobrevivir a mis jaquecas. Hay mañanas en que leo poemas de Apollinaire para aplacar mis deseos de destruir el espejo que refleja mi rostro de demonio incompleto. Todavía me queda pelo en la cabeza. Si me quedase calvo, podría acabar pareciéndome al Franco del último periodo. No sé si podría soportarlo. Sí sé que la Generalitat de Cataluña está muy cabreada con el Real Madrid porque los merengues han publicado en su web un vídeo que recuerda el pasado franquista y falangista del Fútbol Club Barcelona. Hay gente que no tolera la realidad y que siempre echa la culpa de sus problemas a Madrid. Esa gente no tiene solución. Yo tampoco tengo solución. Pensé que la vejez me empujaría a abrazar el estoicismo. Estaba equivocado. Pensé que la vejez me quitaría el vicio de hacerme pajas. Estaba equivocado. Quizá yo también he venido al mundo a propagar bobadas, pero os aseguro que son mis bobadas y no las que me dicta una máquina. Prefiero que me tilden de bobo a que me tilden de coñazo. A decir verdad, ya no sé lo que prefiero. Ha caído en mis manos el primer volumen de los diarios de Léon Bloy. Catolicismo francés con muy mala leche. No deja de tener sus momentos divertidos y lúcidos. Pero Bloy me exaspera. Tengo que cocer unas patatas en el microondas. Tengo que recuperar la fe en las uñas de mis manos. Tengo que aceptar que mi culo no es el más bonito de la península ibérica. Primavera madrileña, ¿por qué no me caes simpática? Ayer tuve tos y pensé que acabaría con una neumonía. Una simple alergia. Llevo dos días soñando con Richard Burton y no sé por qué. Burton me enseña su tripa y no sé por qué. Las películas de Tinto Brass, un adorador de las vaginas peludas, robustecen mi devoción hacia el cuerpo femenino. ¿Debo disculparme por ello? Una vez fui amigo de un escritor que iba por las librerías escondiendo los libros de sus competidores. Un día le dije que era un envidioso y él se enfadó y me acusó de ser más envidioso que él. Y nuestra amistad se fue al carajo. Y creo que fue lo mejor que pudo pasar. Y lo mejor que puede pasar ahora, a mi modesto entender, es que el espectro de Emil Cioran venga a mi casa a tomar café, pero eso no va a suceder. Mi aliada necesaria es también la posibilidad de escribir sin pretensiones. Pero eso es una enorme pretensión. Toda escritura es pretenciosa, aunque intente ser tan espontánea como una meada. Estamos en un callejón sin salida. Pero Nietzsche resucitará algún día. Lo intuyo. Y no me importa que me consideréis un gilipollas por creer en la inmortalidad del alma.

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