¿Quién anda en el pasillo?

Por Alberto Martín-Aragón

CUATRO de la madrugada. Insomnio. Intento dibujar un rinoceronte indio. Lo dejo al poco rato. ¿Quién anda en el pasillo? ¿Una mosca? ¿Lucifer? ¿El fantasma de Di Stéfano? Hace mucho que no paseo por Londres. Lo que tengo claro es que no volveré nunca más a Nueva York. Esa ciudad me sacó de quicio; no pude consumar allí ningún coito digno y un mendigo intentó tocarme una oreja. Cataluña sigue degradándose. Todo un clásico. La opinión pública, que es básicamente exabrupto de elites resentidas y acomplejadas, sigue despellejando al viejo rey Juan Carlos por querer hacer su vida, por ser amigo de reyes y de multimillonarios. Si los españoles ganasen dinero con sus arrebatos de envidia y odio, serían más ricos que los jeques. Felipe VI y la señora con la que se casó son como robots que intentasen ser amables. Naturalmente fracasan en todas sus tentativas porque no les gusta el olor de la gente. Me considero un patriota de la cama y en ella quiero ingresar en el otro mundo mientras pienso en los años en que quise ser Papa; era yo un adolescente de mirada viscosa y lágrima fácil. También hubo un tiempo en que deseé hacerme masón, pero me quitó la idea una poetisa comunista que me acarició el cogote una noche de otoño en que era hermoso evocar los riñones de Lenin. Ahora me gustaría ser dueño de una panadería y hablar como un hombre sin pretensiones intelectuales. ¿Por qué no fui hijo de un presidente autonómico? Hay mandarinas en el frigorífico y ya he masacrado a todas las cucarachas que pululaban por la cocina. No necesito más para sentirme tranquilo. Y ya he olvidado el esponjoso culo de una mujer que amaba mis manos y que terminó odiando mis axilas por razones que nunca me esclareció. Aquello me dejó con la autoestima reventada, pero fue divertido y didáctico. Como fue divertido y didáctico esquivar el puñetazo de un francés que, en una huracanada madrugada de Tarifa, se sintió humillado al decirle que yo no tenía talento para sodomizar a varones galos. Intento dibujar una de mis botas. Esto podría salir mejor que el rinoceronte. Inútil. Es hora de mear. Silbo el himno de Brasil mientras veo el arco que traza en el aire mi taciturno chorro de orina. ¿Qué hará Puigdemont a estas horas allá por Waterloo? Si algún día ruedo una peli porno, intentaré contratarle como protagonista. Sería un experimento maravilloso que podría relajar tensiones. ¿Quién anda en el pasillo? ¿El espectro de mi padre? Nunca he jugado a ser Hamlet. Mi físico no es nada hamletiano. Volvamos a la cama. Libros por el suelo. Libros contra la pared. Libros en la mesilla. Muchos de estos libros serían obras maestras si sus autores los hubiesen dado por terminados en la página 50. Y yo habría sido una persona menos ridícula si no hubiese intentado imitar a Thomas Mann cuando tenía 22 años. Aquello me arrebató muchas energías y muchas gotas de sensatez. Tardé varios años en aprender a imitarme a mí mismo. Me tumbo en la cama con cuidado de no golpearme la cabeza contra la pared, algo que me ha sucedido con frecuencia en los últimos meses. Estoy asombrado de seguir con vida. Y estoy asombrado de no pensar más en el suicidio. Prometo no discutir mañana con ninguna vieja en el supermercado. ¿Quién anda en el pasillo?

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*